La Roja se sonroja

junio 14, 2014

Vaya por delante, señor marqués de Del Bosque, que he vibrado como el que más con los éxitos de la selección española y he sufrido más que muchos con las derrotas de la Roja. Y de derrotas quería hablarle, señor Del Bosque. Confiados en sorber el zumo de los gajos de la Naranja Mecánica, descubrimos que lo que pensábamos un relajado paseo por la Toscana volvióse Pompeya, con volcán en erupción a posteriori (por lo menos por mi parte). Más calmados, eso sí (es lo que tiene una noche de sueño profundo y de conversaciones metafísicas sobre el porqué, el dónde, el cómo y el quién con la almohada), me dispongo a ofrecer mi visión personal de los motivos (futbolísticos o no) que pudieron ser germen, causa, razón de ser y de no ser del esperpento (no de la calidad de los de Valle Inclán, desafortunadamente) futbolístico que encontramos anoche en la tierra de las garotas, el Pan de Azúcar, el Carnaval, las favelas y la feijoada.

El fútbol, ese maravilloso deporte al que se juega con los pies… del primero al último del equipo. Antiguamente, se decía que el jugador que peor fuera con los pies acababa siendo el portero del equipo, pero eso ya es pasado. Miro, remiro y admiro la impresionante carrera futbolística que ha hecho Iker Casillas pero en el fútbol actual un portero debe saber jugar con los pies, a pesar de que parezca que para un portero con tener dos buenas manos es suficiente. También en el boxeo, a priori, todo consiste en sacudir con las manos y al final el juego de piernas se convierte en un elemento definitorio. Si a una preocupante falta de destreza futbolística con los pies, unimos la lógica y cronológica pérdida de capacidad física y una crónica inseguridad en los balones aéreos… pues igual es hora de probar otras opciones bajo los palos.

Una vez dejado atrás el tema de la portería, pasemos a los centrales. En un inhabitual ejemplo de falta de entendimiento, todos los goles vinieron por el centro, mediante un delantero que se mete entre los centrales (y no precisamente un tanque alemán de 1’95, sino el señor Van Persie, que ha pasado toda la temporada entre algodones y que ayer parecía La Masa entrando en la casita de Pin y Pon) o ganando a los centrales en velocidad tras una contra… ¿Es un pájaro, es un avión? No, es Arjen Robben!! 

De todos modos, no es justo cargar toda la culpa de los goles en el portero o los centrales pues, como dice el refrán,  entre todos la mataron y ella sola se murió. Si un delantero llega solo unas 8 veces al área sin oposición, no hablamos de una mera falta de entendimiento de los centrales sino de una evidente y general desaplicación defensiva. Si varios goles son producto de un contraataque tras balón largo lanzado desde banda… ¿qué hacen los laterales? ¿y los interiores de esa banda? ¿dónde está la presión? Y lo más curioso de todo… ¿cómo nos pueden meter cinco goles a la contra por el centro si jugamos con dos mediocentros defensivos?

Ante la debacle defensiva, el entrenador decide reforzar la parte ofensiva buscando la épica, la gloria, el «Sabino a mí el pelotón que los arrollo» y saca del campo a Diego Costa (delantero peleón, fuerte y con cierta tendencia a caer en fuera de juego) por Fernando Torres (delantero peleón, fuerte, con cierta tendencia a caer en fuera de juego y en evidente cuesta abajo), quizás confiando en que las meigas, la Cábala, los hados o los planetas continuaran con esa tendencia a no perder con este señor en el campo; sí, lo malo de las rachas es que al final se acaban, señor marqués.

Ya que hablamos de Torres, hablemos de convocados, muchos de los cuales han ido para hacer piña. ¡Ojo! La piña me encanta, especialmente en almíbar, pero igual para un mundial habría que llevar más vitamina C, porque me da la impresión de que a Brasil hemos llevado un barco con las baterías viejas, cascadas o sin usar en todo el año (y con evidente falta de rodaje). Es incomprensible llevarse a un talismán suplente de un delantero camerunés de 34 años y dejarse a otros jugadores «on fire» en casita disfrutando de los pintxos, el txakoli y las playas norteñas.

Y para terminar. no entiendo como un servidor, sin ser entrenador, y con la formación autodidacta del lector de la sección deportiva del periódico, pueda ser capaz de ver y expresar todo lo que ve y siente a raiz de un partido así, y nuestro seleccionador diga en la rueda de prensa posterior a la debacle, que no entiendo como nos han podido meter cinco goles. Pues sí, señor marqués, quizás tendrá que pedirle la libreta al señor Van Gaal para descifrar la cuadratura del círculo.

 

 

 

La navaja del director…

enero 9, 2013

Hace unos días fui al cine. Tenía ganas de ver «El Hobbit» por segunda vez. Como de costumbre, debemos enfrentarnos a los habituales «trailers» divididos religiosamente en varias fases: la fase «apague su teléfono», la fase «estamos vigilándote para que no grabes esta película» (cual singular Gran Hermano original, no el subproducto creado por Telahínco Televisión) y la fase en la que, por fin, puedes echar una ojeada a lo que está por venir antes de sumergirte en la película que realmente has pagado a ver.

El cine, ilusorio reflejo de nuestras fantasías, nuestros miedos, nuestros pensamientos y que engloba a todos, desde los fanáticos de las películas de acción y aventura de ritmo sin descanso y adrenalina por las nubes hasta los reflexivos y (desde mi punto de vista) pacientes amantes de cine como el que nos puedan ofrecer Isabel Coixet o Pedro Almodóvar. Pagamos (o nos descargamos) un servicio que nos permite alejarnos de la realidad, ser lo que no somos o dejar de ser lo que realmente somos. ¿Nos gusta el cine porque nos gusta dejar de ser lo que somos o, simplemente, estamos predispuestos por naturaleza a ofrecer una cara que luego no se corresponde (total o parcialmente) con la realidad? ¿Somos falsos per se o la puñalada por la espalda debe ser aprendida como todas las demás facetas de la esgrima?

Puñaladas o golpes, golpes y puñaladas… Contusión o cicatriz son el resultado que dejan, visible o no, como un tatuaje venido a menos en el que el tatuado solamente puede leer un   patético «esotepasaporpardillo» y que deja un regusto a veneno en lo que antes fue piel sin mácula para el que el único antídoto es, en la gran mayoría de los casos, el desprecio. Y, tras recibir la puñalada, caemos en la cuenta de que no hemos sido más que el bufón patético de una mala comedia de director inexperto, productor sin dinero, decorados de cartón decolorido, reparto mal elegido y guión escrito por un Tarantino con resaca que solamente busca sangre (aunque no lleguemos a sangrar)  y que ni siquiera tenemos la capacidad de saber leer e interpretar a tiempo.

Tinker, artist, hunter, spy…

enero 6, 2013

La evolución nos enseña cosas… Empezamos siendo simios que cuelgan de los árboles y, un día, decidimos bajar de los árboles para descubrir el mundo. Descubrimos que podemos comenzar a obtener beneficios a corto y largo plazo de lo que nos rodea. Nos vestimos con pieles y terminamos de extinguir los pocos mamuts que quedan, pintamos nuestra cueva con imágenes de bisontes y cazadores y, en definitiva, abandonamos la Prehistoria para sumergirnos en la Historia. Comienza así una época más conocida para el ser humano que, curiosamente, tiende a repetirse de manera cíclica, repitiendo los mismos patrones de manera regular. Progresamos, avanzamos, nos hacemos más fuertes y más listos, incluso aprendemos a mejorarnos mediante una dieta adecuada, ejercicio físico, etc… En nuestro empeño de controlar lo que nos rodea aprendemos incluso a controlar cada mínimo pedacito del entorno que nos rodea. Así, el ser primitivo pasa de simio a aprendiz, creador, mecánico, teórico, artista, poeta y un sinfín de roles más que, de uno en uno o en un desenfrenado popurrí, se mezclan y copulan en un entramado rítmico y caótico, de sonora visualidad y desigual uniformidad. Pero hay algo que no perdemos: el instinto del cazador.

El cazador, el auténtico depredador es aquel que no ataca al azar, que nunca se apresura o se acelera, que estudia su presa en todo momento, que sabe cuando es más débil o vulnerable; como los cocodrilos del Serengheti, nada cuasioculto entre las aguas esperando a que la presa se acerque a beber al agua, esperando esa distracción que le permita atacar sin posibilidad (o una posibilidad bastante reducida) de errar el golpe, sin dar tiempo de reacción y fuga, porque sabe que puede no haber segunda oportunidad, ya que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, y a día de hoy, aún no he visto a ningún depredador dándose de bruces contra el suelo en un documental de aquellos famosos de la National Geographic… 

De espadas, lienzos, balanzas y sentimientos…

enero 16, 2012

Durante muchos años, he buscado muchas cosas: un trabajo, una vida que vivir, algo que me permite tener una idea de lo que quiero para mí; he aguantado sinsabores, gran cantidad de «trabajos basura», he luchado, porfiado y peleado por tener algo a lo que aferrarme… Y lo he encontrado a más de 3000 km (querría haberlo puesto en millas como agradecimiento al lugar donde he sido acogido, pero no he sido nunca un gran conversor de medidas, y hay cosas que no se pueden medir). Hoy por hoy, puedo decir que el 95% de lo que quería para mi vida lo tengo, y lucho cada día por mantenerlo, por tenerlo y no perderlo, por seguir así, porque cada trazo del presente que pinté y pinto en este papel sea tinta que se mantenga en el futuro, en este futuro que a su manera me sonríe. Pero hay un 5% de peso que se perdió en mitad del Océano Atlántico y nunca podré llenar, cosas que se quedaron atrás y que son lo único que a veces me hacen recordar que todavía no he olvidado como se derrama una lágrima. Por eso, hoy, algo más de un año después, he vuelto a ser humano y he vuelto a beber de la botella de la melancolía. Por muy lejos que esté, hay una parte de mí que siempre estará con vosotros. No os olvido porque sóis lo que me hizo ser aquello de lo que me enorgullezco ahora, porque no se ha podido tener mejores maestros de armas para el combate de la vida. Esté donde esté, os quiero…

El árbol de Karl Marx

enero 6, 2012

Señoras y señores, terminó la navidad; se acabaron los conciertos de zambomba y pandereta, los villancicos, las burbujitas de Freixenet (aunque con tanta crisis, este año se habrá brindado con vino Tío de la Bota), los regalos, el Gordo y el Niño, los belenes y el arbolito. Y cuando pienso en el arbolito, me pregunto: ¿alguien se acuerda del árbol? Me explicaré convenientemente.

Supuestamente, el árbol de Navidad representa eso mismo, la Navidad. Pero el árbol se asocia con los adornos, la estrellita, los regalos al pie del árbol, las comilonas que las familias españolas se darán entre abrazos, besos, felicitaciones, las uvas que nos comemos al son de las campanadas y las voces de Anne Igar…whatever y José Mota (al parecer, Ramón García hizo de su famosa capa un sayo y marchó en busca de nuevos horizontes), las luces (supermegahipergigacanis en ocasiones) con que lucirá (oh, factura de la luz, oh crisis) durante estas «entrañables» fiestas y, en definitiva, un jodido deja vú gastronómico-lúdico que se repite año tras año y que transcurre alrededor de esa plantita de la que nadie se acuerda. ¿La razón y la causa de que todo se haga a su alrededor pero nadie repare en su presencia? El consumismo, señores, el consumismo.

Vivimos en una sociedad en la que el que manda es el que más tiene y lo que manda es lo que se posee. Queremos perfumarnos con Hugo Boss o Channel Nº 5 (por tu cuenta bancaria te la hinco,  como dice el popular chascarrillo), aspiramos a tener el mejor coche con el motor más grande y nosecuantos caballos de potencia (qué más dará si no se puede circular a más de 110 si eso de que te pille la Guardia Civil nunca me va a pasar a mí), comer  todo el día de restaurantes, dejarnos 60 eurazos en un cotillón de donde saldremos con una mezcla de alcohol, garrafón y principio de resaca y vomitona que ríase usted de los brebajes que ideaba el gitano Melquíades en «Cien años de soledad». Y todo eso es lo que nos hace ser felices, hasta llegar a crearse un arquetipo de persona que une a fascistas y rojos, a gays y heteros, a canis e intelectuales; es el advenimiento del «Yoquiero» (Llokiero, como lo llamarían en lenguaje sms), adorador fiel del nuevo Mesías que también nace en Navidad: el vil metal, Don Dinero poderoso caballero.

Así pues, pese a que cada vez quien más tiene tiene más y quien tiene menos menos tiene (la vida, como la economía, es un inmenso trabalenguas lleno de palabras estúpidas que solo sirven para demostrar que se habla en vez de rebuznar), seguimos pensando que todo pasará y que nos despertaremos de este mal sueño, que los sueños, sueños son. Ya lo decía Don Pedro Calderón de la Barca:

«Sueña el rico en su riqueza que más cuidados ofrece,

sueña el pobre que padece su miseria y su pobreza,

sueña el que a medrar empieza, sueña el que afana y pretende,

y en el mundo en conclusión, todos sueñan lo que son

aunque ninguno lo entiende».

En definitiva, la sociedad del capitalismo nos ha llevado a convertirnos en seres esclavos del vil metal que sólo aspiran a poder echar mano de una Visa Oro (oro, vil metal otra vez y sino que se lo pregunten al Rey Midas) para poder dejar de lado una vida de «curritos» (perdón, de curritos no, que según Cayetano de Alba, en Andalucía no se trabaja porque no hay esa disponibilidad para ponerse el yugo  cuando a él y a su caballo ese para dar saltitos les salga de las pelotas… que pese a ser pelotas de un Grande de España, no dejan de ser pelotas) y poder aspirar a vivir ese sueño del «Dolce Far Niente», que es ser un NiNi pero con dinero y ¿clase?. Señoras y señores, y con esto termino, cuando veo estas cosas no puedo dejar de pensar en la estúpida felicidad que los Eloi del excelente libro «La Máquina del Tiempo», de H.G. Wells sentían sin poseer prácticamente nada. Los Eloi eran estúpidos por vivir como animalillos sin poseer nada y nos hemos convertido en estúpidos por necesitar incluso lo que es accesorio para convertirlo en fundamental. ¿Es la idiotez mental una característica común a la especie humana, haga lo que haga y tenga lo que tenga? Personalmente, a riesgo de parecer estúpido, optaré por decir la famosa frase de Sócrates esa de «Sólo sé que no sé nada».

El perfecto imperfecto… or the other way round

diciembre 30, 2011

Muchas veces escucho a la gente hablar sobre eso de buscar la pareja, hombre o mujer perfectas, y esa constante K que enlaza con la gran A, me ha llevado a plantearme lo siguiente, que pienso compartir con todo el que me lea: buscar la perfección tiene el mismo sentido que intentar buscar el Dorado. Pretendemos encontrar en los demás, no la Perfección en sí (que no deja de ser un ideal en sí) sino la realización física o psíquica de lo que para nosotros es perfecto. Ello supone aplicar una serie de parámetros muy personales a otra persona que, probablemente, tendrá mucho, poco o nada parecidos a lo que nosotros buscamos o queremos. Merece la pena buscar algo/alguien que encaje en ese patrón y desechar lo demás? Bueno, esa es una decisión muy personal pero que acarrea un riesgo bastante grande: el riesgo de intentar encajar un círculo dentro de un cuadrado o viceversa, creando un todo inestable que podría terminar por desmontarse o descabalgarse. Además de todo esto, buscar lo perfecto requiere tener una alta dosis de autoestima y autoconcepto porque sino correremos el riesgo de, una vez lo hemos encontrado o creemos haberlo encontrado, entronizarlo y casi divinizarlo, convirtiéndonos entonces en algo/alguien que es anulado por su objeto de adoración. Desde mi punto de vista, para evitar eso… creo que a la hora de buscar a alguien (si hablamos de persona), hay que buscar a aquella persona que siempre tenga un motivo (y si no lo tiene se dejará los huevos por buscarlo) para hacerte sonreir todos los días y abrazarte cuando llores todos los minutos de tu vida. Entonces, y con ello termino, ¿seguir porfiando por encontrar lo perfecto nos convierte en ilusos, estúpidos o imperfectos? En modo alguno, intentar buscar la perfección no nos convierte en seres más o menos estúpidos, sino simplemente… más humanos 🙂

El cajón de baldosas amarillas…

diciembre 22, 2011

Parece que todo va bien por fin; comienzo a tener todo por lo que siempre he luchado (pese a  que siempre cuesta dar el paso que supone dejar personas que queremos atrás): un trabajo, la posibilidad de vivir en el extranjero… en definitiva, una vida propia, algo que he buscado mucho tiempo, sin detenerme en estaciones ni en peajes porque no tengo monedas ni tiempo para buscarlas. Quiero seguir mi camino de baldosas amarillas, aterrizar en la Luna con un paracaidas de ilusiones, correr sin motivo y sin pausa, abarcar millas quemando ruedas, madurar y crecer sin dejar de ser Peter Pan, atiborrarme de experiencias sin fecha de caducidad, volar sin alas y sin temer que el vertigo me ciegue o, como Ícaro, me haga llegar más alto para después caer. Y hoy… he descubierto que el cajón donde atesoraba tus recuerdos está vacío, y quiero llenarlo con mi vida, con la vida que escriba a partir de ahora, con renglones torcidos o rectos, pero con la pluma que yo elija, con la tinta que yo escoja aún a costa de que se reseque para la próxima vez, pero siento que ya no queda peso que evite que llegue hasta donde quiera llegar. Deseo que alguien llegue a, valga la redundancia, guardar todo lo que yo he guardado, que tu recuerdo sea la gasolina que haga rugir el motor de otro corazón, que alguien sepa lo que es el roce de tus manos, tus palabras y tu cuerpo, deseo que quieras y seas querida, que ames y seas amada, pero no deseo ser yo; que tu felicidad sea máxima y yo pueda compartirla sonriendo desde la distancia. Que, como diría El Canto del Loco (pese a que nunca me ha gustado ese grupo), Campanilla te cuide y te guarde…

To the moon… and back

noviembre 22, 2011

Me considero una persona agradecida, quizás no la clase de persona que está diciendo «gracias» todo el día. También puedo ser rencoroso y vengativo cuando la ocasión lo tercia, más por buena memoria que por otros motivos. Suelo pensar que todo en la vida se paga y yo no tengo prisa por cobrar. Pero hoy me centraré en algo tan bueno como el agradecimiento. Como decía, no soy muy expresivo y no voy a cambiar a mis años. A pesar de todo, hoy quisiera dar las gracias a alguien especial.

Gracias por haber estado siempre ahí para reirnos juntos con todo el mundo y del mundo, gracias por haberme hecho cómplice y partícipe de tus pensamientos, por haber pensado en mí cuando necesitabas confiar en alguien, por no haber dicho nunca un «no puedo» cuando quería confesarte algo inconfesable o, simplemente, quería o necesitaba hablar con alguien, por ser amiga y a la vez poder hablar contigo como si fueras un amigo, no siendo la diferencia de edad ni de género una traba sino, por el contrario, un aliciente; por ser hombro donde he podido ahogar las lágrimas que a veces pugnaban por salir, por convertir mi llanto en serenidad, mi serenidad en optimismo y mi optimismo en risa, por saber que, esté  donde quiera que esté, nunca estás demasiado ocupada para decirme «¡Hola, Kja!», por entender mi humor (extraño a veces) e interesarte por mi mal humor (terrible a veces). Por todo eso y por mil cosas más… gracias, Luna.

El atolón social

julio 30, 2011

Decía John Donne que ningún hombre es una isla. Nos necesitamos unos a otros y, para ello, intentamos anexionarnos las islas más cercanas, incluso las más lejanas, buscando crear una intrincada red de continentes, islas, atolones e incluso rocas perdidas en mitad del océano, en busca del Grial de la Popularidad. Sí, queremos ser populares, queremos disfrutar de los famosos quince minutos de gloria que predicaba Andy Warhol, buscamos ser el ying y el yang de la socialización, y todo eso… ¿para que?

¿Hay algún objetivo en querer ser conocido? Pasan por nuestras vidas amigos, conocidos, vecinos, compañeros de copas, amigos íntimos, parejas, follamig@s y creemos (o queremos creer) que todos y cada uno de ellos dejan una impronta en nosotros; pensamos que de cada relación que establecemos obtenemos algo que conforma nuestra personalidad e imaginamos que, en mayor o menor medida, somos lo que somos debido a la gente que conocemos. ¿Es eso cierto? ¿Necesitamos conocer gente de cara a construir nuestro Yo y nuestro Super-Yo?

Todo esto viene a cuento de las redes sociales. Hoy me he sorprendido al ver que tengo más de 400 amigos de facebook, con el 95% de los cuales no habré intercambiado ni una palabra o, en caso de haberlo hecho, ha sido en tiempos pretéritos, en mi anterior trabajo, cuando mi ayuda era necesaria. Así pues, mi personalidad no era modelada por estas relaciones sino, al contrario, estas relaciones se basaban en una especie de contrato social de tipo Quid Pro Quo en el que siempre era la otra persona la beneficiaria y beneficiada, asumiendo yo el rol de benefactor. ¿Me convierte ello en mejor persona? No sé hasta que punto ya que, si bien es verdad que debido a ello mi número de amigos de Facebook se multiplicaba (lo que en principio indicaría que soy muy güay) todo obedecía a un recurso que, bajo ciertas circunstancias, tenía una razón y raíz de tipo académica e interesada en la que curiosamente, no había razón aparente para que yo despertara el interés de esa persona. Así pues, todo se convertía en una manera de burlar al sistema, de conseguir un modo alternativo de resolver dudas para las que la otra parte de este contrato social no necesitaba personarse en la oficina o plantear de manera oficial. Y yo nunca me negué a seguirles el juego. ¿Quizás porque realmente soy bueno? Probablemente, porque además o en vez de ser bueno… soy tonto.

Tonto por haber pensado que intentar ayudar me acerca más a las personas, tonto por querer creer que dejarte la piel por los demás redunda en quedar en algún remoto e ignoto lugar de su recuerdo, tonto por pensar que, de vez en cuando, todos esos amigos de facebook pensarán de vez en  cuando: «¿Cómo le irá?». Y las cosas no son así; de muchos de ellos no he vuelto a saber nada una vez que les saqué las castañas del fuego. Así pues, sigo rodeado de islas sin vegetación, formando una maraña de archipiélagos sociales donde las islas no son más que roca pelada tostándose al sol. Eso son las redes sociales, ni más ni menos, una simulación de ejemplo de interacción comunicativa donde no hay comunicación, la interacción brilla por su ausencia y la simulación en modo alguno es ejemplar. Así, poco a poco, como el agua expuesta al sol, vemos como la gran mayoría se evapora o se estanca. Mientras escribo estas líneas, y con esto acabo, empiezo a borrar contactos no contactados confiando en que, finalmente, mi archipiélago esté formado por islas a las que de vez en cuando envío alguna botella con un papelito que empiece una conversación o, en el peor de los casos, un miserable «Me gusta».

 

El arrecife

julio 25, 2011

La tormenta amainaba y las primeros rayos de sol se dejaban ver mientras intentaban destrozar los nubarrones a tímidos y, posteriormente, feroces mordiscos. La lluvia caía cada vez más débilmente y el mar perdía bravura por momentos y, sin embargo, Jack no quería que descampara. Se sentía mucho más seguro cuando estaba rodeado de agua; ansiaba sumergirse en el líquido elemento, sintiéndose atado y sin aire cuando el Capitán Morris le encargaba barrer los camarotes interiores. En esos momentos en que todos sus compañeros echaban las redes al mar, él se sentía como un pez preso fuera del agua mientras se cubría de polvo y ahuyentaba a alguna rata que buscaba la tibieza de los cuartos interiores. Nunca entendería el motivo por el cual una rata podía embarcarse hacia lo más profundo del océano, a no ser que también sintiera la querencia por el mar que él tenía.

Por las noches, mientras todos dormían, Jack prefería fumarse una pipa y tomarse un café caliente en cubierta, meciéndose con el arrullo y el murmullo de las olas que parecían golpear el barco con un ritmo percusivo e hipnótico que le llamaba. Le gustaba mirar la luna en esas noches sin nubes en alta mar, escuchando el sonido silencioso del suave movimiento de la gran masa marina. Sí, en cierto modo, el mar era el padre y la madre que nunca tuvo; huérfano de padre, que salió un día en una barcaza a pescar y nunca volvió, regresó un día del muelle para ver que su madre se había hundido en un océano de pena, con grilletes de amargura que la arrastraron al fondo, de donde nunca regresó. Así que, a la edad de nueve años, se embarcó como grumete en un pesquero de mala muerte donde recibía comida y cama a cambio de su trabajo. Pero, para Jack, era perfecto, porque podía estar cerca de aquello que siempre lo había rodeado desde pequeño: el océano.

Aquella noche, soplaba una ligera brisa que serviría para enfriar los ánimos de los pescadores, pues las capturas habían sido escasas y de poca calidad, por lo que el clima que se respiraba en el barco era parecido al de un velatorio. La gran mayoría ya se habían marchado a la cama y solamente quedaban algunos pescadores que daban buena cuenta de una botella de ron mientras fumaban tabaco de contrabando. Sonaban algunos tacos de Jim Bocasucia, que parecía estar perdiendo (como de costumbre) su enésima mano al póker. Y fue entonces cuando Jack se levantó y se lanzó al agua, sin pensarlo, sin meditarlo pero igualmente sin dudarlo.

Su primer contacto con el agua le trajo a la memoria la sensación de haberse golpeado contra una pared, con el frío clavándose en sus huesos provocándole un acceso de dolor que poco a poco mutaba en líquida tibieza, en informe abrazo que lo cubría por todas las partes de su cuerpo. Jack sintió una extraña sensación de bienestar mientras se hundía, braceando hasta llegar a un arrecife coralino acompañado por enormes bancos de peces. Ni siquiera se preocupó cuando su pie se atascó en un amasijo informe de coral. Estaba donde quería estar, no tenía sentido preocuparse. Y en ese momento, Jack sonrió y abrió la boca dejando que el agua salada inundara sus pulmones y todo su ser.

Al día siguiente, los pescadores madrugaron y lo buscaron dentro del barco durante un par de horas. Matías, el viejo pescador mejicano curtido por el sol y la sal marina durante miles y miles de leguas, les dijo a todos mientras miraba hacia el horizonte masticando tabaco: «Echen las redes, muchachos, que hoy la captura será buena. El mar tiene el tributo que hace tiempo reclamaba y ese niño ya encontró al padre que fue a buscar».